Uno reconoce a una mujer que ama los cactus por su voz. Nunca es tímida, tiene un timbre más bien grueso, buena dicción, no duda cuando habla, es decidida y sabe exactamente qué cactus tiene y cuáles le faltan. Está completamente convencida que a sus plantitas algún día les saldrán alas, escupirán fuego y aniquilarán sin piedad a sus enemigos con un simple mando de voz.